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Carta al tipo que mandó una carta a Pablo Iglesias

 

Carta abierta al  escritor y médico malagueño Juan Manuel Jiménez

Al Sr. Jiménez le voy a dar unas claves del significado de su lamentable carta.

Es lógico que Pablo Iglesias esté preocupado “preguntándose qué coño habrá pasado -en Andalucía-  para que el avance fascista haya sido tan rotundo”. Es lo mismo que nos estamos preguntando los antifascistas de todos los rincones de España.

Creo que la buena gente del pueblo de Sedella, gobernada por IU, necesita hacer una larga reflexión sobre los errores que han cometido. Incluso los rojos cometen errores. Lo raro es que den las culpas a los otros rojos. Esto sí que es extraño y sospechoso.

Le voy a dar unas claves para que reflexione. Como me dijo un viejo resistente comunista del PSUC, hemos hecho escuelas pero no hemos cambiado la educación.

Tendría que saber usted que hay un ascenso del fascismo en el mundo y, claro, Sedella es de este mundo.

Cargar las culpas del ascenso del fascismo en Sedella a Pablo Iglesias “de que ese supuesto fascismo ha nacido de las propias filas de usted” es una insensatez difícil de justificar desde el republicanismo y la izquierda.

Por qué dice “¿supuesto fascismo?” Defender a los fascistas, ser racista, querer acabar con la ley de memoria histórica, ser machista hasta aburrir, de extrema derecha, esto ¿cómo lo llama usted? ¿De centro?

Mire usted señor Jiménez, cuando se tiene la palabra España siempre en la boca, es que es un fascista.

Cuando usted le parece mal que alguien grite “¡Visca Cataluña Libre y Soberana!”, es que es fascista.

Parece que usted no entiende que Pablo Iglesias vaya a una prisión a ver a presos políticos republicanos catalanes. Pues es fácil de entender, se trata de establecer alianzas para que cuando los buenos fascistas de su pueblo vuelvan a asesinar a sus concejales comunistas, alguien en el noreste se manifieste por las calles al grito de “no pasaran.” Si no lo entiende es que es un fascista.

Usted debe pensar que a Julián Grimau lo asesinaron por culpa de la gente de ERC. Si es así, es que usted es un fascista.

Quien ve a gente de su comunidad despidiendo a policías nacionales y guardias civiles al grito de “a por ellos” y no protesta, es que es un fascista.

Cuando alguien no entiende que Ada Colau vote sí en un referéndum, no es porque no sea de izquierdas, es porque es un fascista.

Cuando usted no se conmueve por la muerte de una persona por el hecho de ser inmigrante, es que es un fascista.

Cuando usted no entiende la moción de censura a Mariano Rajoy, es que es corto de entendederas morales.

Cuando usted acusa a Pablo Iglesias de las políticas de Susana Díaz, es que es un demagogo de tres pares de narices. Y además está muy mal informado. Hasta los niños saben que a Susana Díaz lo apoyaron los de Ciudadanos en esta legislatura y Podemos no. O, tal vez, directamente mienta.

Cuando un ciudadano ve que se encarcela por ideas políticas y no se manifiesta contra ello, es que es un imbécil o un fascista.

¿Cuánto tiempo piensa que pasará entre el hecho de encarcelar a un republicano catalán y que se encarcele a un republicano de Sedella? ¿Un año, dos, tres?

Si cuando un andaluz tiene que esperar 10 meses una colonoscopia y luego, tras hacérsela, resulta que tiene un cáncer de intestino, y usted en vez de criticar al PSOE y Ciudadanos, critica a Pablo Iglesias, es que es raro de cojones.

Cuando usted piensa que en las escuelas se “obliga a los niños a estudiar temarios tendenciosos”, es que es un fascista.

Cuando usted dice que en Cataluña hubo una rebelión, es que es un fascista indocumentado.

Cuando Willy Toledo se caga en Dios y usted se escandaliza, es que la democracia está en peligro.

Cuando un cómico se suena los mocos en la bandera española y un juez pretende juzgarlo, y a usted le parece bien, es que el fascismo está más cerca.

Cuando Ada Colau, critica, como lo hacen en todo el mundo, la colonización española, y usted no lo entiende es que sólo conoce la historia del franquismo.

Usted demuestra ser un reaccionario malintencionado. Afirma que en unas jornadas en Zaragoza se invitó de ponente a un exterrorista de Terra Lliure que asesinó a nueve personas. Era del Grapo que, por si usted no lo sabe, no tienen nada que ver con Cataluña.

Tienen usted razón cuando dice que “todos los fascismos tienen, o han tenido, un motor desencadenante.” Pero no saca ninguna conclusión acertada, tal vez por desconocimiento. La extrema derecha española con la “División azul” luchó al lado de Hitler. Y siento informarle de que en los campos de concentración nazis fueron a parar 10.000 españoles, entre los que podemos encontrar a personas de la CNT, PSOE, PCE, PSUC y también a los de ERC que gritaban “Visca Catalunya Lliure”.

Tiene razón, en cambio, cuando afirma que “el fascismo de ahora, ese que todos tememos, ese que nadie queremos, ese que vemos esparcirse como una mancha de aceite por Europa, hunde sus raíces en la falta de” reacción de personas como usted que no saben que los nazis eran como las personas que ahora votan a Vox, gente normal y corriente que tenían sus razones para estar enfadados, pero que acabaron provocando la peor pesadilla de la historia de la humanidad. Y en España unos militares fascistas provocaron un golpe de estado comandado por criminales que han sido quienes más andaluces han asesinado en la historia.

Banalizar la historia es lo que crea fascistas.

Señor Jiménez, los “verdaderos demócratas” atacan a los fascistas y no a los jóvenes antifascistas como Pablo Iglesias.

No es ser de izquierdas querer que gobierne Ciudadanos -que ha permitido el gobierno hasta ahora de Susana Díaz- el PP y Vox.

Acabo su carta y aún no entiendo porqué critica a Pablo Iglesias por la lista de espera de las colonoscopias en Andalucía. No me atrevo a interpretar nada.

Yo luché por esta democracia en la clandestinidad cuando había una dictadura y no puedo entender la banalización del peligro fascista. Esto es lo que en realidad da cobertura a los fascistas.

Pues eso, señor Jimenez, mírese en el espejo y descubrirá a un fascista.

Que l’esquerra torni a somiar: conclusions UPEC 2010

 

Aquest any per la UPEC han passat molts ponents i per tant s’han tractat molts temes i és difícil destacar-los tots, per exemple, vam comptar amb José Antonio Martín Pallín membre del Tribunal Suprem que ens va explicar les dificultats de democratitzar l’aparell judicial a Espanya i ens va donar les claus per interpretar moltes de les coses que estan passat. Vam tractar també el tema del dret a decidir i la sentència del Tribunal Constitucional, etc. Però quasi tres dies els vam dedicar d’una manera o altra a intentar veure què hi ha en el fons dels malestars col·lectius.

Avui es parla de desafecció política en dos sentits, desafecció de la ciutadania catalana cap a Espanya –una expressió que va popularitzar el President Montilla- i una desafecció de la ciutadania envers el món de la política i els polítics. Però per dessota d’aquests problemes per la democràcia hi ha un fenomen més profund, més soterrat, més difícil, d’analitzar i de veure, que en part, pot explicar els fonaments de la desafecció política. Es tracta de veure com abans fins i tot dels efectes de la crisi, hi ha en la nostra societat una creixent insatisfacció, una creixent sensació d’infelicitat. Ara la crisi els ha agreujat, però ja venien de les èpoques de creixement econòmic.

Hi ha símptomes evidents d’aquest fenomen, per exemple, només cal entrar a una llibreria i adonar-se de la quantitat de llibres d’autoajuda. Què esta passant?

Com ens diu Marcel Coderch amb un creixement anual del 3,5% en vint anys doblem el Producte Interior Brut. És a dir, en vint anys doblem la producció de bens i serveis del país. Això ens fa el doble de feliços? Sembla que no.

Doncs aquest malestar soterrat es pot estudiar i analitzar i fins i tot hi podem posar números. Cada any a Espanya es fan 300.000 operacions de cirurgia estètica, en deu anys 3.000.000 de persones, dels quals el 85% són dones. La gent està tant descontenta que fins i tot es plantegen autoagredir-se. Hem vist proliferar els pírcings i els tatuatges, símptomes clars d’una buidor que s’ha de disfressar amb alguna cosa externa. Una quantitat creixent de nens s’estan medicalitzant i medicamentant ja des dels 8 o 9 anys. Una bona part no són altra cosa que la projecció de les pors i els problemes dels pares i mestres projectats en els fills i alumnes. Tot plegat és molt clar per als metges de l’assistència primària que veuen com una gran majoria de pacients van a la consulta del metge de família, quan segurament seria molt més útil que anessin a un centre de salut mental.

Dos exemples, una dona es vol operar els pits, la metgessa intenta raonar que no sentirà més plaer sexual sinó que més aviat tindrà problemes de sensibilitat, “no és per què em toquin, es perquè em mirin” respon la pacient. Un altre pacient li diu a la doctora que se li ha mort la dona i li pregunta “hi ha pastilles contra la pena?”.

Podríem parlar de les depressions, de la bulímia, l’anorèxia, de la drogoaddicció, etc.

Tot plegat ens està indicant que en el moment de la història del nostre país en què hi ha més benestar material, això no es tradueix en un major benestar espiritual, i si hi afegim els efectes demolidors de la crisi, el resultat està servit.

Per sobre de tot aquest panorama és quan la política realment existent intenta intervenir, amb poc èxit, és clar. Què podem fer?

Doncs, potser tornar a plantejar-nos quina mena de societat volem. Cal que l’esquerra torni a somiar, amb recerca científica i tocant de peus a terra, però amb determinació. Com que estem malalts de desorientació, potser cal que retornem als clàssics. Quan Epicur fa 2.300 anys es va retirar al “jardí” volia buscar un equilibri sincer entre el plaer i la justícia. Josep Manuel del Pozo ens deia que cal cercar un model de societat epicuriana que es construeixi a partir dels valors de l’honestedat, la prudència, el coneixement i la justícia, en termes moderns –expressió manllevada a Jordi Borja- ens cal redissenyar altra volta un socialisme amb rostre humà, Com escriu Paul Krugman entre el marxisme leninisme i Milton Friedman hi pot haver vida. Cal que espavilem, ens calen uns dirigents polítics amb caràcter que no s’arruguin, ja que com va dir un d’aquests dos escriptors Juan Madrid o Raul Argemí, no ho recordo clarament “los malos cada vez son más malos y las buenas personas cada vez ‘massa passerells’, bé no va dir passerells. Va dir “estúpidos”.

Antoni Farrés, alcalde de Sabadell. Más allá de la utopia

 

Antoni Farrés fue un luchador antifranquista, abogado laboralista, abogado de mil detenciones y alcalde de la ciudad de Sabadell desde la recuperación de los ayuntamientos democráticos en 1979 hasta 1999. Una victoria y cuatro mayorías absolutas conseguidas con los comunistas del Partit Socialista Unificat de Catalunya (PSUC). Después de Córdoba la ciudad más importante gobernada por un comunista. Ahora que la política vive sus momentos más bajos es necesario decir que Farrés simboliza la política con mayúsculas, el noble ejercicio de la ciudadanía activa, de la ética civil republicana. Farrés y con él centenares, miles de personas, que dieron lo mejor de sus vidas por la comunidad con generosidad ilimitada con un sentido de la justicia por encima de los pobres avatares de la política entendida demasiadas veces como politiquería. Farrés fue uno de los mejores políticos catalanes y el desconocimiento de su figura se debe a su modo de ejercer la política, como un servicio público, con modestia infinita, con austeridad al borde de la obsesión, con sencillez ilimitada. Era igual que su ciudad, Sabadell. Por no hacer no hacia prácticamente campañas electorales, consideraba que los ciudadanos eran mayores de edad y que ya juzgarían. Y lo hicieron por cinco veces, con contundencia, él revalidaba mayorías absolutas mientras su partido el PSUC se hundía en el 4%. Farrés es también el símbolo de la construcción de una ciudad sin grietas, de una sociedad sin fisuras, en la terminología de la época la “alianza de las fuerzas del trabajo y la cultura”.

Las ciudades y las sociedades pueden navegar con rumbo racional hacia algún lugar o bien permanecer a la deriva hacia su naufragio. Hoy hay que decir bien alto que hemos dejado de ser el tercer mundo por la determinación de unas mujeres y unos hombres que antepusieron su interés al de la mayoría y muy especialmente por aquellos más humildes. Estos ciudadanos sabían y lo demostraron que los pueblos pueden coger las riendas de su futuro y dirigirse a futuros utópicos con determinación y entusiasmo. En aquella época seguramente se cometieron muchos errores pero, sin pretensiones de parecer nostálgico, creo que a nuestro país le faltan hombres como Farrés e ideas como las suyas: sacrificio, determinación, esfuerzo, entusiasmo, valentía, rigor y compromiso. Fue más allá del sueño, más allá de la utopía y lo hizo sin caminos a seguir, sin maestros, sin guías. En cada rincón de la ciudad, en cada rincón de los servicios encontraremos la huella imborrable de un legado gigante, de un hombre valiente y decidido que nos permite estar orgullosos de la política, de la izquierda y de nuestra ciudad.

¿El Gobierno tiene miedo de la Iglesia?

La izquierda española actual nunca ha entendido por qué el movimiento obrero y la historia cultural pedagógica y política de la izquierda eran anticlericales. Creemos que en los últimos meses bastante gente ha empezado a entender retrospectivamente que aquellos pobres obreros de los siglos XIX y XX que no habían podido estudiar probablemente tenían razón. ¿Qué sabían aquellos jóvenes que no sabemos ahora? (La gallina ciega, Max Aub) Seguramente que sólo la Iglesia puede nuclear una potente extrema derecha en España.

Cuando oímos clamar a la Conferencia Episcopal Española (CEE) contra los excesos laicistas del Gobierno de España de Rodríguez Zapatero empezamos a intuir que la reacción que tuvo durante la república era igualmente desproporcionada. En realidad Rodríguez Zapatero ha aumentado del 0,5% al 0,7% el dinero de la Iglesia. ¿Dónde está el laicismo radical de Zapatero?

No entendemos por qué las elites políticas de la izquierda española aun piensan que sus votantes son reos de la CEE. Pensamos que la sociedad ya no es católica o lo está dejando de ser a marchas forzadas por muchos tópicos que se repitan. Veamos. La CEE dice que el 90% de españoles son católicos. El CIS rebaja estas cifras al 76%. Ciencia y religión en España nunca han ido de la mano. Pero si preguntamos a los españoles si son religiosos sólo nos dicen que lo son un 41% (se sitúan entre el 0 y el 4 en una escala de 10), por lo que deducimos que muchos españoles –un 35%– que se consideran católicos porque los bautizaron sin preguntarles, se consideran no religiosos. ¡Sorprendente! Spain is different. Pero además, si profundizamos vemos cómo sólo se declaran católicos practicantes un 36% y si preguntamos cuántos van a misa regularmente veremos que sólo lo hace un 15%. (Por cierto, ¿Unos socialistas no practicantes serían Carlos Solchaga y David Taguas?)

Si hacemos el mismo ejercicio con los jóvenes españoles nos daremos cuenta de las causas del nerviosismo de la CEE. Sólo un 49% de jóvenes se declara católico (Fundación Santa María). Que se declaren católicos practicantes un 10% y que asistan semanalmente a misa, menos del 4%. Qué lejos están estos datos de la idea tan extendida de una España católica.

Pero hay más. Si analizamos cuánta gente pone la crucecita en la Iglesia católica en la declaración de la renta, vemos que son sólo un 22%. Aprovechamos para denunciar como anticonstitucional que en un documento público se haga declarar sobre la conciencia individual: el artículo 16 de la Constitución dice que “Nadie podrá ser obligado a declarar sobre su ideología, religión o creencias”. Y se te hace declarar ni más ni menos en la declaración de la renta. Pero hay más, si pones las dos crucecitas significa no que se reparte el 0,7 la mitad para otros fines y la mitad para la Iglesia, sino el 0,7 a cada opción. Un escándalo. Más escándalo, que un 20% del dinero destinado a “Otros fines sociales” va a parar también a la Iglesia católica a organizaciones tan curiosas como “Juventudes Marianas Vicencianas”, “Mercedarios provincia de Castilla”, “Ministros de los Enfermos Religiosos Camilos orden en España”, “Adoratrices Esclavas del Santísimo Sacramento y de la Caridad”, “Asociación Católica Internacional de Servicios a la Juventud Femenina”, “Compañía de las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl” por poner sólo las más chocantes. Parece ahora que hay quien quiere colarnos la idea que poner más casillas para todas las confesiones es laicidad. No. Laicidad, separación real de la Iglesia y el Estado, es que los creyentes de cada religión se paguen a sus funcionarios al margen de los presupuestos generales del Estado. Además o se va al laicismo o vamos al sistema belga, esto es, que hartos ya de tanto privilegio a las confesiones religiosas al final, los laicos, querremos una casilla en la declaración de la renta que diga “a fines laicos de verdad”. Que quede claro que no nos gusta este modelo, pero la falta de decisión acerca de cuestiones de valores nos puede conducir al desastre.

Pero que nadie crea que esta minoría de ciudadanos que se declaran católicos practicantes sean seguidores de la CEE, la mayoría no les hace ni caso en su vida cotidiana y muchos de ellos están más próximos a la iglesia de San Carlos Borromeo de Vallecas y al obispo Pere Casaldàliga. ¿Sobre cuanta gente tiene poder pues la CEE? Solamente sobre los votantes del centro… de la extrema derecha. ¿Un 10%? Podemos afirmar que por mucho que la CEE pida el voto para la extrema derecha no tiene ningún impacto sobre la mayoría de la población. ¿Por qué hay tanto miedo? El problema de España no ha sido nunca espiritual sino el poder de la Iglesia. Carles Cardó, quien fue secretario de Vidal i Barraquer uno de los pocos obispos que no quiso colaborar con la cruzada, escribió en el libro El gran refús: “La turbas no quemaron las iglesias sino después que aquellos sacerdotes hubieran quemado la Iglesia”.

Lo que hay que hacer es denunciar ya el concordato de 1953 firmado por el ministro Martín Artajo en nombre de Francisco Franco y los acuerdos concordatarios de 1976 y 1979. Acuerdos que nos asemejan más a países teocráticos como Irán o Arabia Saudita que a un país civilizado. Sin este requisito, la anunciada modificación de la ley de Libertad Religiosa es un engaño total.

Defendemos la asignatura Educación para la Ciudadanía porque entendemos que el estado tiene que educar en los valores democráticos, ahora bien, esto no nos puede hacer perder de vista la idea de que hay que acabar de una vez con la asignatura de religión en las escuelas, pero para ello hay que derogar el concordato de 1953 y los acuerdos concordatarios de 1979.

¿Aprenderemos de nuestro pasado e intentaremos de una vez la separación de la Iglesia del Estado? ¿Nadie escuchó las demandas de los votantes en los mítines? No tendremos una democracia verdadera sin tutelas mientras los diputados que representan a una amplia mayoría en el país no se atrevan a derogar el concordato. ¿La soberanía no residía en la voluntad popular?

Por un Ministerio de la Juventud

Ilustración de Mikel CasalQue nadie se ponga nervioso. Cuando alguien plantea hacer un nuevo ministerio todo el mundo piensa que tendremos que pagar un nuevo edificio y luego lo llenaremos de nuevos funcionarios que estarán a la espera de no sé cuantas nuevas instrucciones para crear nueva burocracia. No, no se trata de eso, se trata de plantear cómo conseguir políticas para la emancipación juvenil que sean realidad en este mandato.

Cuando en los años ochenta uno de los mejores directores generales del Instituto de la Juventud, Magdy Martínez, quiso establecer por primera vez políticas serias, realizó un primer Plan Integral de Juventud. Se trataba de establecer un nuevo método de trabajo institucional que fuera transversal, es decir, que afectase a distintos ministerios. Se trataba de hacer política contra el paro juvenil –Ministerio de Trabajo–, sobre vivienda –Obras Públicas–, el servicio militar –Defensa–, etc. El Plan Integral fue un éxito técnico y político de dimensiones extraordinarias.

Nunca tanto ministro, ni tanto secretario de Estado, ni tanto director general –ni antes, ni después– ha tenido que dialogar con 200 personas de diversas instituciones y de la sociedad civil. Y éstas dieron la batalla en cada comparecencia. ¡Qué tiempos donde uno se levantaba y criticaba a un ministro! ¡Qué valentía del director general invitar a representantes de organizaciones juveniles tan combativas!

Sin embargo cuando se evaluó el plan, la conclusión fue agridulce; se había hecho un buen diagnóstico, se habían propuesto buenas soluciones, pero los responsables políticos no hacían el caso necesario a un simple director general. Por eso la última conclusión fue que las políticas de juventud necesitan de un nuevo instrumento político.

Pongamos un ejemplo. La gente con alguna sensibilidad hacia los jóvenes era consciente de que el servicio militar obligatorio en los años ochenta era una rémora para las políticas de izquierdas y seguramente el elemento de distanciamiento más claro de los jóvenes hacia las políticas progresistas. Pero si esto era muy claro para cualquier político cercano a los jóvenes, era muy diferente para Felipe González. Se necesitaba un ministro que velara por las políticas de juventud en el Consejo de Ministros. Por ello planteamos ya en el año 1999, de cara a las elecciones de 2000, la necesidad de realizar políticas para la emancipación juvenil acompañadas de la creación de un Ministerio de la Juventud.

Planteamos este Ministerio como símbolo del compromiso de la izquierda con los jóvenes. Ni nuevos edificios (Ortega y Gasset y Marqués de Riscal, son suficientes), ni más funcionarios.

Algo de todo esto ha pasado en estos cuatro años. Si bien la opción de la izquierda ha sido clarísima, el resultado para los jóvenes es limitado en cuanto a la precariedad laboral y el acceso a la vivienda. Es verdad que ahora hay menos paro juvenil (18%) que en el año 2004 (22%) y un poquito menos de precariedad laboral (53% en 2004 contra 51% ahora). También se ha construido más vivienda social que en la etapa anterior. Pero los cambios son demasiado tenues. Seguramente ha habido otras prioridades, pero esta legislatura tiene que ser la legislatura de la juventud. Pedro Solbes, a punto de la jubilación, tiene que ser un poco más sensible a la juventud en cuanto a su financiación y plantear becas razonables y no solo simbólicas.

El porcentaje que dedicamos a educación en relación al PIB en España es de los más reducidos de Europa. El porcentaje del gasto público en educación que se dedica a becas en España es del 7%, cuando la media europea es del 17% y en Suecia del 28%. Las becas deben estar suficientemente dotadas de manera que permitan, como a los suecos, la primera emancipación estudiando. Creemos que bajando los niveles de paro juvenil por debajo del 10% y los índices de precariedad laboral juvenil por debajo del 15%, es posible mejorar las posibilidades de emancipación juvenil. Ahora bien, la administración pública haría bien en predicar con el ejemplo. En el conjunto de las administraciones públicas españolas la precariedad laboral es del 20% y en los ayuntamientos del 32%. Ya es hora de plantearse un programa de actuación para reducirlo a los niveles razonables (un 5%). ¿Cómo, si no, un ministro puede dirigirse a los empresarios exigiéndoles compromiso y responsabilidad social, si en la administración pública se está haciendo lo mismo?

Si están pensando en cómo se paga todo esto, les diré que estoy planteándome hacer una acción de insumisión fiscal y no desgravarme los 400 euros, se los doy a Pedro Solbes para que –si todo el mundo hiciera lo mismo– con el billón de pesetas pueda hacer una política generosa de becas estudiantiles. ¿Alguien piensa sinceramente que un ciudadano se hace de izquierdas para pagar menos? Es más, ¿alguien piensa que alguien se hace de izquierdas para tenerlo más fácil en esta vida? Si alguien piensa así es que nunca ha sido de izquierdas y además tiene una visión mezquina de la vida. Soy de los que prefieren vivir en una sociedad con más presión fiscal y con mejores servicios públicos.

Crear un Ministerio de la Juventud puede favorecer que en el Consejo de Ministros los temas que preocupan a los jóvenes no queden relegados ante el ruido ensordecedor de la derecha.

La culpa de todo es de los jóvenes

Los jóvenes tienen la culpa de todos los problemas sociales de España. Los jóvenes no quieren estudiar, no quieren trabajar, no se quieren ir de casa, no quieren tener hijos porque son unos egoístas y además, por su culpa, no podremos pagar las pensiones de sus abuelos; no quieren participar excepto en los botellones. En fin, vivimos en la única sociedad del mundo donde la responsabilidad de los males colectivos no se debe a los poderosos de la política o la economía sino a los ciudadanos de 15 a 30 años.

En el tema de la escuela, parece como si los jóvenes estudiaran menos que sus padres. Pero la realidad es bien distinta: la proporción de licenciados universitarios entre los jóvenes es del 21% y de los adultos, del 11%. No deja de ser chocante escuchar a tanta gente mayor criticar a la generación de sus hijos por los malos resultados escolares, cuando la causa del problema son ellos, es decir, casas sin ningún libro. Además culpabilizar a los jóvenes viene de antaño; veamos: “La mayor parte de ellos (los exámenes) eran incalificables; sin ortografía, sintaxis ni nada parecido; en unas letras ininteligibles, revelando que llegaban a las aulas universitarias, después de seis años de bachillerato, sin la preparación más elemental de la escuela primaria”. Esto no lo ha escrito un profesor universitario de ahora sino Odón de Buen, catedrático de la Universidad de Barcelona en el siglo XIX. Y en aquella época sólo estudiaba un 1% de los que lo hacen ahora. Ahora los jóvenes pueden circular por las mejores universidades del mundo sin hacer el ridículo como antes.

El 60% de los jóvenes con un padre universitario se plantea hacer el bachillerato, mientras no llegan al 30% los chicos con padres de poca formación. Pero está haciendo mucho daño la idea expresada por todo tipo de adultos, especialmente periodistas y políticos, de que estudiar no sirve para nada. Una falsedad monumental. Un licenciado universitario gana 32.000 euros al año, con educación primaria, 15.000 euros, y sin estudios, 12.000. Es decir, aunque la diferencia entre chicas y chicos es aún muy grande, la verdad es que los universitarios ganan casi tres veces más que uno sin estudios. A la vez, se entiende el gran esfuerzo de las chicas por estudiar, ya que consiguen ganar mucho más que la mayoría de sus compañeros.

Vistos estos datos aún se entiende menos cómo se continúa despreciando el esfuerzo de estudiar. Además, ya es triste tener que argumentar que es necesario estudiar, no para aumentar la cultura, la libertad y el crecimiento personal, sino para ganar dinero. Estamos a la cola en gasto social y en gasto en educación en relación al PIB, y mientras tanto seguimos discutiendo qué impuestos bajamos y cuáles quitamos; eso sí, para después echar la culpa a la juventud.

En el colmo de la desfachatez, se decía en los años anteriores, cuando el paro juvenil era pavoroso, que los jóvenes no querían trabajar. Ahora se ha demostrado que no era cierto. Ahora podemos demostrar además que las políticas de precarización del mercado de trabajo no han dado resultado. Ahora hay muy poco paro juvenil, pero lo que ha cambiado es simplemente que hay menos jóvenes. Es decir, ahora trabajan tantos jóvenes como hace 15 años. ¿Por qué será que los que predican la precarización del trabajo tienen grandes sueldos y contratos blindados?

Y entramos en la otra gran mentira: los jóvenes no quieren irse de casa porque son unos cómodos. La precariedad laboral juvenil es del 60% (la de los mayores de 25 años, del 20%). ¿Quién puede irse de casa cuando no tiene asegurados ni seis meses de trabajo? Además, hay que tener presente que la confianza de los jóvenes en los contratos indefinidos es francamente descriptible atendiendo a la poca ética y responsabilidad social del mundo empresarial español.

No puede existir una auténtica política de emancipación juvenil, concepto introducido por la Fundació Francesc Ferrer i Guàrdia a finales de los años 90, sin una precariedad por debajo del 10%. Sabemos además que en los mejores años de políticas sociales de los gobiernos del PSOE se llegaron a realizar alrededor de 180.000 viviendas de protección oficial, un ritmo que cayó a niveles ínfimos en los años del PP. Decían que el mercado lo arreglaba todo; ya lo hemos visto. Pero nos parece que el debate está mal planteado. El número de viviendas de alquiler social en Francia es del 17%; en Inglaterra, del 21%; en España, del 2%. ¿Y si empezamos? Llegar a un 10%, como primera etapa sería un buen objetivo. ¿En cuántos años? Pretender hacer políticas activas de vivienda sin ingentes cantidades de dinero es imposible.

¿Con estos datos a alguien le extraña que los jóvenes tengan dificultades para irse de casa? Pero la criminalización de los jóvenes va más allá. Se dice que no tienen iniciativa de ningún tipo y que lo único que quieren ser es funcionarios. Veamos. De la generación que dice este embuste, la de entre 46 a 60 años, siete de cada 100 son funcionarios. Entre los menores de 30 años, en cambio, llegamos a menos de dos por cada cien.

También se dice que los jóvenes pasan de la política. La realidad es que pasan igual que sus padres y de ellos poco se dice. Es verdad que votan menos, más o menos la mitad de la abstención general se debe a ellos, pero no es menos cierto que alguna causa significará que del conjunto de representantes políticos en los parlamentos menos de un 5% sean jóvenes, habiéndose reducido en los últimos diez años casi a la mitad. En el año 1999 propusimos un Ministerio de la Juventud que significara el compromiso para resolver los problemas de la precariedad, la vivienda y la participación; ahora insistimos en ello: ¿y si se crea el Ministerio de Juventud y Vivienda?

¿Crisis de la izquierda?

Es un lugar común decir que la izquierda está en crisis. No lo creo así. Pienso que la derecha se encarga de decir que la izquierda está en crisis y una parte de ésta se lo cree. En cambio, sí creo que la izquierda en muchos casos está desorientada. En el tema de la inmigración, parece como si gente de buena fe de izquierdas hubiera adoptado en los últimos años un doble lenguaje. Un discurso para los que estamos a este lado del estrecho y otro, para los que vienen de fuera. Me atrevo a proponer que el punto de vista sobre el que juzgar situaciones que parecen nuevas sea el de las inmigrantes feministas. En concreto, recomiendo fervorosamente la lectura del libro de Ayaan Irsi Ali, Mi vida, mi libertad (Círculo de Lectores, Barcelona, 2007.)

En los periódicos, leemos muchas informaciones sobre la pobreza en África, de la práctica de la ablación del clítoris, de los matrimonios forzosos, de la desaparición de las mujeres del espacio público, de los homicidios por cuestiones de honor y un largo etcétera. En este libro, encontramos explicaciones en primera persona que emocionan, que explican, que impactan. Nos centraremos en dos elementos del libro; en primer lugar, en el choque de Ayaan a su llegada a Holanda y el choque intelectual con el laborismo holandés.

En la primera cuestión, es interesante ver cómo muchas veces damos por descontadas demasiadas cosas buenas de nuestra sociedad. Es necesario que venga alguien de fuera, de muy lejos, para ser conscientes de lo que tenemos –imperfecto, sí, pero lo tenemos y ha costado la lucha de muchos años y de muchísimas personas alcanzarlo–. Somos pocos los que tenemos estos derechos, este nivel de vida en el mundo. Evidentemente, es necesario luchar para mejorar las cosas, pero es conveniente estar alerta, no sea que retrocedamos por culpa de darlas por hechas. El segundo elemento, el choque ideológico de Ayaan con el laborismo, con la izquierda holandesa. Una izquierda, por otro lado, similar a la nuestra y con un denominador común: el buenismo y el autismo.

Ayaan nos relata con mucha finura y detalle el proceso religioso, cultural, político y social que lleva a la marginación, y al sufrimiento brutal de las mujeres. La inicial negativa del Parlamento a querer saber el número de mujeres muertas por crímenes de honor es un buen ejemplo y no el único. Si hiciésemos un debate en España, la respuesta de la izquierda sería exactamente la misma que la de la izquierda holandesa de hace diez años: no querer saber, no preguntar. Uno de los argumentos utilizados para no querer saber los datos es que no se puede construir un cuestionario con elementos étnicos o religiosos. Es decir, sabemos cuántas mujeres han muerto violentamente; pero para ser políticamente correctos, no podemos indagar por qué. Y al no poder hacerlo, el problema desaparece. Podríamos hacernos preguntas similares aquí. ¿Cuántas chicas desaparecen de las escuelas españolas en la pubertad? ¿Cuántas vuelven de vacaciones habiendo sufrido una ablación de clítoris? ¿A cuántas niñas criadas aquí las casan a la fuerza a cambio de dinero, allí? Nunca creí que tendría que escribir un artículo reivindicando el derecho de las mujeres a emparejarse por amor con quien ellas decidan. ¡Y aún me llamarán radical por decirlo!

Ayaan no engaña a nadie, ella afirma que es una política monotemática y que busca apoyos. Al final, el partido liberal, de derechas, le ofrece ser diputada y lo acaba siendo. Pero una vez inicia el debate, el Parlamento plantea que uno de los elementos más significativos de la postración de las niñas musulmanas en Holanda son las escuelas musulmanas. Y para acabar con esta situación, plantea que hay que retirarles las subvenciones públicas y/o cerrarlas. Pero, claro, primero habría que cargarse de credibilidad y aplicar el mismo criterio a las escuelas católicas. (¿Os suena de algo el debate?). Y aquí el partido liberal holandés decide retirarle la nacionalidad aduciendo que había mentido en la declaración de refugiada. Claro, ¡la habían agredido, la querían casar a la fuerza y quiso librarse de ello! Hace un documental con el cineasta Theo van Gogh y éste es brutalmente asesinado, y Ayaan, amenazada de muerte.

Es difícil que en una sola vida haya tanta desgracia. Al final, se va a vivir a EEUU y trabaja en una fundación conservadora. ¡A mí me hacen la mitad que a ella y me hago monje de los benedictinos del valle de los caídos! En fin, un libro impresionante e imprescindible para entender una parte del mundo actual y para empezar a discutir los retos que nos amenazan.

La izquierda española ¿seguirá el mismo camino o aprenderemos de los errores de los países que nos llevan años de ventaja? Ante tamaña desorientación, ¿no sería más fácil ponernos del lado de las mujeres valientes que luchan por la libertad? Creo que existe demasiado paternalismo ante situaciones que hemos vivido aquí no hace tantos años. Las mujeres no podían trabajar sin el consentimiento escrito del marido, ni abrir una cuenta corriente, tenían que llegar vírgenes al matrimonio (si no, se armaba una marimorena) y, claro, no había violencia de género, sino crímenes pasionales. ¡Y cómo nos cabreaban los turistas que decían que en la España de Franco la gente era muy feliz bañándose en verano en el mar, comiendo paella y bebiendo sangría!

Es verdad que la izquierda tiene problemas de ubicación ideológica –Solbes nos ofrece un ejemplo palmario de empanada mental– pero no exageremos. Las cosas son más sencillas. Había esclavos que no querían ser manumitidos y gente gritando viva las caenas, pero seguro que no pueden ser nuestro modelo de vida.